sábado, 28 de septiembre de 2013

Barcelona

Por fin llegamos a casa. Menudo domingo me has dado. Todo el día arriba y abajo, sin apenas descanso. Les has cogido un vicio a esta ciudad que no es normal.
Bah, sabes que no hablo en serio. Adoro esta ciudad casi tanto como a ti, y os disfruto a ambas cuando os tengo juntas.
Te veo mirar y guardar las cosas que hemos traído de nuestro maratoniano paseo y me sigo sorprendiendo de como hemos llegado a esto, de como se han cruzado así nuestras vidas.
Canturreas despreocupada y preciosa, mientras me vuelve a la mente la fecha tan cercana y que tanto me está robando el sueño.
Nuestro cumpleaños viene, y tengo todo listo para darte el mejor día que puedas recordar, el día de una princesa, de una reina, de mi reina. Y eso que no ha sido nada sencillo.
Con el tiempo que llevamos juntos me ha dado tiempo de regalarte casi todo lo relacionado con arte o el Dr Who (salvo el propio Doctor, que nunca te regalaré, ya que me abandonarás por él nada más entrarlo por la puerta, y claro, no).
Realmente son unos cuantos años, ya. Suena a tópico gastado, pero estás tan preciosa como el día que me enfrenté por primera vez a esa de mirada de hielo, el hielo más ardiente y pasional que jamás hubiera imaginado. Dulces y salvajes años de sorpresas y deliciosa cotidianedad.
Segundos de pensamientos que me parecen horas explorando nuestro mundo, pero que son suficientes para que te rías de mi desconexión de la Tierra. Adoro esa sonrisa y ese sonido.
Te acercas, me besas con familiaridad y tras anunciar que te vas a meter en la ducha, dejas tras de ti una mirada de deseo cargada de intención y lujuria. No me hace falta más y me encamino raudo detrás de ti, agarrándote ya de la cintura y devorando tu cuello.
Pierdo la cuenta de las veces que hacemos el amor al cabo de la semana, y de las formas y lugares de la casa donde nos hemos devorado y vuelto locos de deseo y amor, pero no importa donde, cuando ni como. Tras todo el tiempo juntos, sigo con la misma sensación que tube la primera vez que nos besamos, que nos devoramos, que nos fundimos, que nos hicimos el amor. La sensación de conocer cada rincón de ti tanto como tu conoces cada parte de mí. La sensación de tocar, lamer y morder en el lugar justo en el momento preciso. La sensación de ser tuyo desde el primer contacto de tu mirada y la primera caricia de tus labios. Soy tuyo.
La ducha está siendo movida y salvaje, pero con ese salvajismo contenido por el amor. Hoy no hay gemidos descontrolados bajo el agua, ni formas bruscas de tomarnos. Hoy sigo cada parte de tu piel con dedos y boca. Aprendiéndome otra vez cada rincón de tu cuerpo, como leer un libro que conozco, o ver una película de la que me aprendí los diálogos. Pero esta película no me cansa, no me agota. Siempre la quiero más y más y a todas horas.
Un día me dijiste que no sería capaz de aguantar-te, que no eras una persona fácil, que era complicado vivir contigo. Desde hace 6 años he disfrutado cada día contigo, he gozado cada experiencia y he vivido con placer cada día hasta llegar a todos estos años que han pasado como una semana a tu lado. Haces de la vida algo efímero de puro placer, deseando descubrirlo todo contigo ¿No hay días malos en nuestro mundo? Claro que los hay, pero todo el placer de vivir contigo los convierten en una oportunidad para luchar por ti, estar a tu lado por ti.

Ya hemos salido de la ducha tras 40 intensos minutos y mientras meditamos que vamos a cenar, me siento, apoyo mi cabeza en el respaldo del sofá, reflexiono sobre todo este torbellino de cosas que han asaltado mi mente, y no tengo más remedio que sonreír.

Caí

Me has recibido con nada más que una larga camiseta que cubre hasta la mitad de tus muslos, sobre los que podría estar horas hablando y aún más tiempo degustándolos.
Aunque no han sido tus piernas lo primero en ser probado por mis deseosos labios.
Me has hecho pasar y te has girado. En ése momento, y tras cerrar la puerta te he cogido por la cintura desde atrás y he besado tu cuello y tus orejas.
Me lleno de tu olor mientras mis manos recorren tu cuerpo sin pararse en ningún sitio aún. Como por accidente levanto tu camiseta y mis manos no pierden el tiempo a agarrar tus pechos, acariciarlos y endurecer entre mis dedos tus deliciosos pezones.
Giras tu cabeza y nos devoramos la boca con hambre casi animal. Tus labios y tu lengua me enloquecen.
Escapas de mi presa y te metes en tu habitación. Te sigo y el espectáculo que me encuentro me hiela entero y me enciende por dentro.
Encima de tu cama, desnuda y con las piernas abiertas de par en par. Acaricias tu cuerpo, sabiendo que eso me pone animal. Eres puro morbo.
Abres tus piernas y te empiezas a masturbar suavemente mientras me miras y observas también como me está excitando este espectáculo matutino.
Me relamo los labios viéndote y tu me preguntas “¿No tienes hambre, mi amor? Pues devórame”. No lo pienso ni un segundo más. Ese segundo es el tiempo que tardo en llegar entre tus piernas y hundirme en tu dulce y ansiado coño. Tu precioso y delicioso sexo que como, muerdo y lamo como si no hubiera otra mañana en la que desayunarte. Me impregno de su sabor y su olor, como si fuera la última vez que lo gozaré. 
Mi lengua sigue penetrando tu cuerpo y degustando las mieles de tu delicioso coño, que devoro con frenesí. 
Sin duda los efectos de mi voracidad ya empiezan a notarse. Aprietas mi cabeza con piernas y manos, mientras tus jadeos se tornan gemidos que piden más y más mientras te corres sin tregua y de forma explosiva. No aparto ni un centímetro mi boca de tu húmedo sexo, degustando ahora tu orgasmo con sed voraz.
Una vez terminado el éxtasis, me agarras del cuello, me subes y me dejas sin aire con el beso más animal, salvaje y hambriento que recuerdo. 
Tras un jadeante suspiro, me pides que te lo haga, que te folle como lo hice anoche. Asumido mi nuevo rol en este nuevo mundo, te cojo y te pongo encima de mí. “No, tú me vas a follar a mí”. Sonríes maliciosa. Te encanta que te dé el control, que te de el mando y sea tuyo sin reservas.
Me tumbo, te pones encima de mí, y sin más preámbulos abres tus piernas y te montas encima de mi ya muy dura polla, que te desea tanto como te deseo yo.
Te dejas caer. Tras mi devorada, tu coño está húmedo y abierto, y te penetras sin dificultad hasta el fondo. Me estremezco al sentirme dentro de ti. Cálida y húmeda, empiezas un vaivén que me enloquece. 
No hay previas, no hay calentamiento. Te mueves con soltura, cada vez más salvaje. Pones tu mano en mi nuca y me levantas, mientras tu otra mano sujeta tu pecho que me ofreces para que beba de él. Meto tu pecho entero en mi boca y lo saboreo. Delicioso y deseoso, lo lamo y chupo. Endurezco tu pezón con mi lengua. 
Todo sin dejar de golpear tu cuerpo con el mío con dureza, con fuerza. Siento cerca el orgasmo y eso acelera mis caderas.
Conoces mi cuerpo mejor que yo mismo y aceleras tus caderas para hacerme estallar. No deseo el orgasmo aún, pero tú quieres hacerme correr ya, solo por el poder de saber que me controlas. No puedo hacer nada contra ese poder, nada.
El éxtasis se acerca y lo aviso entre gemidos “Me voy a correr”. Jadeando y con una voz melosa y llena de lujuria me susurras “Hazlo. Córrete dentro de mí”. No necesito más. Tras escuchar esa frase, estallo sin remedio y entre espasmos y gemidos lleno tus entrañas de mi orgasmo. 
Quedo tumbado y rendido en la cama, y tú, preciosa y desnuda, encima de mí. Me parece bien.